lunes, 2 de julio de 2007

Eclesiástico 40, 1-2 y 5-7

Penosa suerte se le ha dado a todo hombre,
pesado yugo a los hijos de Adán,
desde el día en que salen del seno de su madre
hasta el día de su vuelta a la madre de todos.
El tema de sus reflexiones, el temor de su corazón,
es la espera angustiosa del día de la muerte.
(...)
Y a la hora en que en la cama se descansa
el sueño de la noche trae nuevas inquietudes;
apenas se ha descansado un poco o nada,
cuando al punto, lo mismo en sueño que en vigilia,
se siente uno turbado por sus propias visiones,
como un fugitivo escapado del combate;
y en el momento de la liberación, se despierta
y se sorprende de haber temido en vano.