martes, 22 de diciembre de 2009

Umberto Eco: El péndulo de Foucault

file name: Sueño.
No recuerdo si los he soñado uno dentro del otro, o si se suceden en el curso de la misma noche, o si simplemente se alternan.
Busco a una mujer, una mujer que conozco, con la que he tenido relaciones intensas, hasta tal punto que no logro entender por qué las dejé marchitar —yo, por mi culpa, al no volver a aparecer. Me parece inconcebible que haya podido dejar pasar tanto tiempo. Está claro que la busco a ella, mejor dicho, a ellas, la mujer no es una sola, sino muchas, todas perdidas de la misma manera, por mi desidia —­estoy atrapado por la incertidumbre, y una me bastaría, porque de algo estoy seguro, de haber perdido mucho al perderlas. Normalmente, no encuentro, ya no tengo, no logro decidirme a abrir la libreta donde está el número de teléfono, y si la abro es como si fuera présbita, no logro leer los nombres.
Sé dónde está ella, mejor dicho, no sé de qué lugar se trata, pero sé cómo es, recuerdo claramente una escalera, un zaguán, un rellano. No recorro la ciudad para encontrar el sitio, más bien me invade una especie de angustia, de parálisis, me devano los sesos tratando de entender cómo he podido permitir, o querer, que la relación se extinguiese —faltando quizá a la última cita. Estoy seguro de que ella espera mi llamada. Si sólo supiese cómo se llama, sé muy bien quién es, pero no logro recordar sus rasgos.
A veces, en el duermevela que viene después, me rebelo al sueño. Trata de recordar, conoces y recuerdas todo, y con todo has saldado las cuentas, o no las has abierto nunca. No hay nada que no sepas encontrar. No hay nada.
Queda la sospecha de haber olvidado algo, de haberlo dejado entre los pliegues de la atención, como se olvida un billete de banco, o una nota con un dato fundamental, en un bolsillo de los pantalones o en una vieja chaqueta, y sólo más tarde se descubre que era lo más importante, lo decisivo, lo único.