Caballos apenas concebidos, ni realidad ni metáfora. Mas yo los oigo incansables —como la sangre arrebatada en un cuerpo sin sombra— ir de acá para allá buscando las orillas de un sueño ya imposible.
Caballos sin nadie que los sueñe.
de El levitador y su vértigo (Calambur Editorial, Málaga, 1999)